Los
ojos tristes de Iris
(Para
aprender a respetar el espacio y la libertad de aquellos a quienes
queremos.)
Hace
mucho viento. Sentada dentro del tronco de un árbol, la pequeña
hada Celeste espera que deje de soplar tan fuerte para poder seguir
buscando su varita. Fuera, las plantas y las ramas de los árboles se
mueven de un lado para otro y parece que en cualquier momento vayan a
salir volando.
-
¡Si salgo ahora, el viento se me llevará! - piensa, sacando la
cabeza por el agujero y metiéndola de nuevo enseguida.
Y
poco a poco, oyendo el ruido del viento y las hojas que se mueven,
Celeste se va quedando dormida.
Al
cabo de un rato el viento deja de soplar con tanta fuerza, y Celeste,
que se ha despertado, sale de su escondrijo.
-
¡Uf, ya empezaban a dolerme las piernas de estar tanto rato aquí
dentro! - dice estirándose y sacudiendo las alas.
Y
mientras levanta el vuelo se pregunta hacia dónde ir.
¡Pero
cuando empieza a volar se da cuenta de que no le hace falta mover las
alas! El suave viento que aún sopla la lleva sin que tenga que hacer
ningún esfuerzo, y Celeste se deja llevar como si fuera una pluma.
-
¡Qué divertido! - exclama.
Y
mientras sube y baja y da volteretas, el viento la va llevando más y
más lejos.
De
pronto, Celeste mira hacia abajo y ve a una niña montada en un
caballo blanco que corre rápido por el campo.
-
¡A lo mejor ha visto mi varita! - dice, y moviendo las alas para que
el viento no la lleve hacia otra parte, Celeste empieza a volar
detrás de ella.
Al
cabo de un rato llegan a una granja, y cuando la niña baja del
caballo ve a Celeste, que resoplando por haber volado tan rápido, se
ha sentado en la valla.
-
¿Y tú quién eres? - le pregunta con cara de sorpresa.
-
¡Uf, sí que corre tu caballo!... Me llamo Celeste -, le contesta -
y estoy buscando mi varita. ¿La has visto por aquí?
-
No, no la he visto - responde la niña. - ¿Eres un hada? - le vuelve
a preguntar.
-
Sí,... bueno,... no,... no lo sé... es que he perdido mi varita y
ya no puedo ir a la escuela de hadas... - responde Celeste.
-
Pues a mí me parece que sí lo eres, porque pareces una niña pero
eres muy pequeñita, y tienes alas pero no eres un pájaro - dice
entonces la niña.
-
Tienes un caballo precioso - dice Celeste mientras se acerca a él
revoloteando para acariciarlo.
-–Es
una yegua, y se llama Iris. Me la regaló mi abuelo cuando cumplí
cinco años. Ahora tengo diez, y como ya soy mayor puedo salir a
pasear con ella cuando quiero. Nos lo pasamos muy bien juntas. Nos
queremos mucho... - le cuenta la niña.
Pero
Celeste mira los ojos de Iris y se da cuenta de que está triste.
-
Me parece que le pasa algo - le dice a la niña. - ¿No ves qué ojos
más tristes?
La
niña afirma con la cabeza.
-
Hace unos días que está así, pero no sé por qué... Intento hacer
todo lo que le gusta: le doy manzanas y zanahorias, me paso mucho
rato cepillándola, la acaricio, juego con ella y la saco a pasear
siempre que puedo, y cuando mamá me da dinero le compro caramelos
duros de menta, que le encantan, pero parece que no es tan feliz como
antes... No sé qué le pasa...
Mientras
la pequeña hada y la niña están hablando, Iris se acerca a la
puerta de la valla y se queda quieta mirando hacia el prado. Cuando
Celeste la ve se acerca a ella, y con sus ojos de hada, que ven más
que los de las personas, mira hacia el mismo sitio que ella. Y
entonces los ve. Lejos, al otro lado del prado, una manada de
caballos está comiendo hierba al lado de un riachuelo.
-
¡Ya sé qué le pasa! - exclama volando hacia la niña. - Está
triste porque le gustaría ir con los caballos que están allí en el
prado.
La
niña mira pero no los ve.
-
¿Caballos? - pregunta. - ¿Dónde hay caballos? Yo no los veo.
Celeste
le cuenta que están demasiado lejos para que ella pueda verlos, pero
que Iris los puede oler.
-
Y ¿por qué quiere irse con ellos? ¿Es que no está bien aquí
conmigo? ¿Que no me quiere? - pregunta la niña a punto de romper a
llorar.
-–
Y tanto que te quiere - le dice Celeste -, pero a veces a los
animales les gusta estar con quienes son como ellos. ¿Verdad que a
ti también te gusta estar con tus amigos y no por eso dejas de
querer a Iris?
Pero
la niña no quiere escucharla. Sale corriendo, coge a Iris y la
encierra en la cuadra.
-
¡Tú ya me tienes a mí, que te quiero mucho, y no necesitas a nadie
más! ¿Qué haría yo sin ti? ¡Te echaría de menos! - le dice con
los ojos llenos de lágrimas.
Los
ojos de Iris se van poniendo cada vez más tristes. Por una lado
quiere irse con los caballos, pero por otro no le gusta ver llorar a
su amiga, porque la quiere.
Celeste
lleva rato pensando en cómo ayudarlas, pero no sabe qué hacer.
-
Si la quiere tanto tendría que querer que sea feliz. ¿Qué puedo
hacer para que la deje marchar? - se pregunta.
Y
entonces Luci, que siempre la acompaña aunque ella no se dé cuenta,
le dice:
-
Ir las tres... Ir las tres...
Cuando
oye su vocecita, Celeste piensa contenta:
-
¡Ya lo tengo! ¡Tenemos que acompañar a Iris a ver a los caballos!
Y
con muchas ganas de que su idea salga bien le dice a la niña:
-
¡A lo mejor, si vamos las tres juntas a ver a los caballos un rato,
Iris se pone contenta!
Y
la niña, que quiere tanto a su yegua, piensa que quizás así la
hará feliz.
-
¡Sí, vamos! Seguro que le gustará pasar un rato con ellos.
Y
las dos suben a lomos de Iris, que cuando ve hacia dónde van empieza
a correr contenta por el prado.
Tras
haber pasado un rato con la manada, la niña mira los ojos de Iris y
ve que ya no están tristes. Entonces se da cuenta de que la yegua a
la que tanto quiere es feliz con aquellos caballos, y aunque la
echará de menos decide dejar que se quede con ellos.
-
¡Te quiero Iris! - le dice muy triste mientras le llena la cara de
besos. - ¡No lo olvides nunca!
Y
sin mirar hacia atrás, para que la yegua no la vea llorar, empieza a
andar hacia la granja, con Celeste volando a su lado.
La
pequeña hada se queda unos días con ella para hacerle compañía, y
una mañana, al despertarse, oyen un ruido que la niña conoce muy
bien.
-
¡Es Iris! ¡Es Iris! - grita contenta mientras sale corriendo a
fuera.
Iris
ha venido a verla, pero no está sola. Todos los caballos de la
manada la han acompañado hasta la granja.
-
¡Ahora tienes muchos más amigos! - le dice Celeste. - ¡Seguro que
vendrán a verte de vez en cuando!
Iris
está feliz, y la niña también, porque la ve contenta.
Celeste
sonríe viéndolas, y decide que ya es hora de irse. Aún le queda
mucho camino por recorrer si quiere encontrar su varita. Ella no lo
sabe, pero como las otras veces en que ha ayudado a alguien, está un
poco más cerquita...
¿Quieres
seguir el viaje con tu amiguita?
Por Dolores García
Por Dolores García
Tenemos
que respetar la libertad de las personas que queremos, para que
puedan elegir en todo momento lo que quieren hacer sin miedo a que
nosotros pensemos que nos dejan de lado o incluso que dejan de
querernos.
El
amor es como el viento: tiene mucha fuerza, llega a todas partes y no
podemos encerrarlo en ningún sitio. A veces pensamos que si
alguien a quien queremos quiere hacer algo sin nosotroses porque no
nos quiere lo suficiente,pues prefiere hacer cualquier otra cosasque
estar a nuestro lado todo el tiempo.
Tenemos
que aprender que todo el mundo necesita su espacio y su libertad para
hacer lo que quiera, y muchas veces las personas necesitamos estar
solas un rato, disfrutar de alguna actividad sin compañíao
encontrarnos con otra gente. Quien nos quiere lo seguirá haciendo,
haga lo que haga,
y
tanto si está solo o sola como con otra gente. ¡E incluso nos
querrá más si ve que dejamos que haga lo que quiere sin estar todo
el día "pegados" a su lado!
Aquellos
a quienes queremos no siempre están toda la vida con nosotros, pero
unos por una cosa y otros por otra, todos están por algún motivo. A
veces hay personas que aparecen en nuestra vida y al cabo de un
tiempo ya no les vemos más. Somos muy amigos o amigas, compartimos
muchas cosas, y de pronto ya no sabemos nada de ellos, porque se van
a vivir a otra parte, se cambian de teléfono y ya no podemos
llamarles o, en el peor de los casos, se mueren.
¡Claro
que los vamos a echar de menos, sobre todo al principio! Pero tenemos
que aprender a guardar con nosotros los recuerdos de todo lo que
compartimos. Seguramente mientras estábamos juntos nos enseñaron
algo o aprendieron algo de nosostros, o nos ayudaron de alguna forma
o nosotros a ellos... ¡o simplemente nos divertimos! Unas personas
se van, pero llegan otras nuevas ¡con las que también compartiremos
buenos momentos!
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